Recuentos hermosos de la lucha contra la heterofobia
Tímido y erguido entró al restaurant, tenía tez morena, un rostro curioso y un ángel sumamente dulce, dos pies firmes, pero amputados la mitad de sus brazos hacia abajo. ¿Y por qué decir PERO?, para muchos tal vez sea una mención algo representativa, para otros un término baladí vagamente empleado. Se trataba de un humilde morador de la ciudad de Quito, de aquellos que jamás pasarán desapercibidos, por su discapacidad física. Y así fue, al momento en que ingresó, se desviaron todas las miradas hacia él, como si se estuviese viendo en vivo la tradicional historia del traje del emperador, con la misma obscenidad, con el mismo asombro, con el mismo desprecio. Una mujer cuestionó qué hacía ese hombre en aquel lugar, deseando comprar un almuerzo, e increíblemente queriéndose comerlo en ese instante. A lo que con cierto tinte de gracia, otra persona afirmó que era un cliente, un cliente que irradiaba una recalcable de felicidad energética.
Entonces con gusto se sirvió sus platos de comida: primero la sopa, después el jugo y terminó con un segundo. Las miradas de morbo se transformaron en comentarios de simpatía. El hombre sujetaba tenuemente con sus labios la cuchara, y la colocó en una hendidura de la punta izquierda de su brazo. Y así disfrutó de cada bocadillo hasta dejar limpio los dos platos. Gustoso se levantó al lugar de pago, canceló su consumo, y contaba sigiloso una por una la pila de monedas de diez centavos hasta cubrir el precio del pedido.
Ahora la expresión del resto de clientes tenía un signo de perplejidad, como si se hubieran topado con un ser anormal. No obstante, considero que experimenté la más bellas de las anormalidades, no por presenciar aquella discapacidad, socialmente polemizada, sino por haberme encontrado con esa clase de seres que demuestran la magnificencia de la esencia humana. Donde existe posibilidad en la pesudo-imposibilidad de los mediocres. Pues como diría una clásica frases "Yo lloraba por no tener zapatos, hasta que vi a alguien que no tenía pies". Pero más allá, de un refrán, se trata de un llamado a las personas, para concienciar y comprender que la cuestión no es sentir lástima, o dudar de las capacidades de alguien más, sino de actuar como un ser NORMAL por naturalidad, pues los anormales terminan siendo los que desprecian a los catalogados como "otros"; nuevamente un peculiar ejemplo de heterofobia