Leyendas y símbolos peculiarmente distribuidos al rededor del convento y la Iglesia desde1592, detalles que el público, dentro de lo común ignoraría, y cuando todo parece pasar desapercibido, encaja con sutileza a la perfección.
Alumbra el primer rayo de sol, entre inmensos jardines laberínticos, rodeados de frondosos árboles de pino, roble y romero; iluminados por el rojo intenso de los geranios que bordean sus pies. En una ecléctica prosa lateral se ubica la pileta con la estatua de Catalina de Siena, personaje histórico en honor al cual el Monasterio de claustro lleva su nombre, y que curiosamente se sitúa diagonal a una imperante cruz de piedra, que representaría una de les leyendas conservadas en la reliquia del Santo Prepucio, en que a través de un sueño, Santa Catalina habría mantenido un matrimonio místico con Jesucristo, donde él amputaba con su prepucio como si fuese un anillo de bodas.
Al atravesar la puerta románica, predomina el aroma a madera avejentada, dispersado entre largos pasillos de suelo crujiente, guiados según el compás del caminante. Rechinan las puertas al ingresar en cada habitación, con las paredes pálidas, y las micro-camas vacías. El ambiente vibra a soledad, como si el mundo existencial quedara redimido custodiado por cuatro muros, y la únicas compañía fuera el crucifijo colgado en el espaldar, y los desconocidos que pasean desde las ventanas.
En medio del corredor, resalta un cuarto lúgubre, alumbrado solamente por un candelabro antiguo, que genera un cúmulo de luz anaranjada en la esquina del fondo. Dentro de un baúl cubierto de cuero oscuro, se guardan tres cinturones de castidad, con púas metálicas, y dos látigos de fibra aglomerada. Cinco siglos, atrás, aquel lugar, según lo dictaminado por las Unesco, era una edificación incaica que acogía a las Vírgenes del Sol, donde la tradición era esconder a cien vírgenes incas, escogidas por su hermosura y nobleza, para que sean esposas del Sol, por lo que debían guardar castidad extrema. En caso de alguna acción "pecaminosa" en contra del privilegio de ser Virgen del Sol, la muchacha era enterrada viva y el hombre ahorcado. Ahora los personajes, cambiaron los vestidos por hábitos, y se auto-castigan por lo mismo: castidad, solo que esta vez el pretexto lleva el nombre de Dios.
Se sigue la ruta, los espacios, las columnas, los arcos, hasta el mínimo detalle, es excesivamente neoclásico, tan vetusto, tan simétrico. Todo, excepto el lugar más obvio del recorrido: la entrada principal; con las ventanillas cubiertas por giradores de madera, los locutorios dispuestos para visitas efímeras atestiguadas por rejas, un buró, folletos, carteles, calendarios, pero algo “no cuadraba”. El quebrantamiento entre lo “cuadrangularmente” perfecto: unas escaleras espiraladas, como si al subir se ascendiera al mundo recóndito que halla significación a tanto encierro. Y es que la historia del convento se define exacta como un espiral, con sucesos descubiertos a través del tiempo, secretos develados, recuentos callados, correlacionados unos con otra, que nunca dejarían de terminarse.
En el cuarto obscuro se desprende una puertecilla del suelo, con escaleras que terminan en la estancia de rezo trasera a la nave lateral derecha de la iglesia. El pasadizo marca su fin, y al costado subterráneo, la antigua salida del túnel está lapidada con la frase “Aquí se encontró el cadáver del ex presidente ecuatoriano, Gabriel García Moreno, 1975”;- Qué Irónico, el tirano culto, (frase de Juan Montalvo), recibe un hachazo en la cabeza, por morir como mataba, y termina bendecido en la casa de Dios. De ahí que no importe el medio sino el fin, descontando todos los beneficios económicos que recibió el clero, y se dé razón a tanta euforia por la tumba.
Entonces se sale de la estancia, y se divisa un par de columnas grecorromanas blanquecinas, que abren paso al altar, allí se une la nave con la cabecera, lo terrenal con lo celestial. De frente se puede apreciar la estructura de cruz latina, que adquiere según los creyentes la forma del cuerpo de Cristo. Construcción que en realidad se ciñe a la filosofía platónica que suscribe a la cruz como el orden físico del alma (vientre) y la mente (cabeza), arriba/abajo, los dominantes (clero) sobre los dominados.
Al girar el rostro en posición perpendicular hacia arriba, resalta un cúmulo de luz, que recaen en la inclinación oriental de la cabecera, justo a lado de donde provienen los primeros rayos de luz del alba. En el altar está Cristo, reflejado como la luz del mundo, sin la cual el hombre “permanecería” en las tinieblas. Luz que se aliena de lo espiritual, y transforma el planteamiento en una luz de dominio ideológico y cultural.
Se baja del altar, y la vista se ve atraída por el segundo espiral del recorrido: las escaleras de terciopelo rojo en la nave izquierda; nuevamente el poder reflejado en una torre, con pasamanos rimbombantes bañados en pan de oro, y un brillante sol dorado, con un “inocente” ojo en la mitad. Símbolo que persiste decenas de iglesias, encubierto por la teoría católica de ser el ojo de Dios que cuida a los creyentes. Sin embargo, se atribuye su existencia como delta luminoso de logias masónicas, equivalente a la máscara del chacal de Anubis (animal egipcio), o al ojo de Horus, ícono representante de las leyes divinas, impuestas para obedecerse a cambio de evitar, maldiciones, perjuicios y castigos.
Así que el ojo supuesto ojo de Dios, no cumple otra función sino la de actuar como panóptico implícito en la creencia de los cristianos, que automáticamente se sienten “vigilados”.
Si continuamos por la iglesia, cautiva, y llena de ojos, de las 27 estatuas que colorean excesivamente el lugar, y pasamos, la virgen del tránsito, que bota escarchas -igualitas a las que venden en el basar de la esquina de abajo-; la virgen llorona -de la que nadie vierte más que un testimonio-; la virgen Auxiliadora; la de los Dolores; la del Rosario; y los santos patrones de santos, recreados, para conseguir buen marido o curar el espanto; por el bosque de bancos, taburetes, óleos religiosos, altares, confesionarios, veladoras, figurillas, sacristías, bloques de columnas, y finalmente dos gradas, se ingresa al locutorio, y es en este enclaustrado lugar, donde se puede afirmar que “lo ocurre adentro del convento se queda adentro”.
Glosario:
Santo Prepucio: reliquias asociadas con Jesús. En un momento de la historia, la iglesia católica necesitó de diversos artículos que sirvieran para derrotar a los escépticos que dudaban de la crónica del Vaticano. Es así como nació un comercio de reliquias cuyos clientes fueron papas, obispos y monarcas que vieron en esos objetos de dudosa legitimidad el poder mágico que necesitaban o la seguridad de una fe cuestionable. Una de las reliquias fue el Santo Prepucio o “Sanctum Praeputium”.
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